Cuando hablamos de estrés nos referimos al estado en el que nos encontramos en innumerables situaciones, desde la adaptación al día a día cotidiano, hasta la respuesta ante eventos catastróficos, naturales y no naturales.

Al referirnos a la parte indeseable, solemos decir que “estamos estresados”, término que actualmente se encuentra muy extendido de manera común. A esta situación en psicología la conocemos como “Distrés Emocional Percibido”, y cuando se alarga mucho en el tiempo, podemos hablar de Estrés Crónico.

Se puede decir que hay cuatro sistemas de captación de información que interactúan en los seres humanos: la mente, el sistema nervioso, el sistema endocrino y el sistema inmune.

Estos cuatro sistemas en condiciones normales interactúan para conseguir la homeostasis necesaria para mantener la salud. La pérdida de este sistema homeostático hace que puedan aparecer síntomas y derivar en enfermedad.

La ciencia en la actualidad nos ha revelado que el estrés no necesariamente es malo, y que de hecho es necesario preservar nuestra vida. En este pequeño artículo hablaremos de cuándo se vuelve disfuncional.

Veamos ahora cómo se genera el estrés fisiológicamente:

Cuando aparece una situación que evaluamos como amenazante, como son situaciones de rabia, dolor, hambre y temor, se activa una respuesta fisiológica protectora, que se inicia en el cerebro a través del eje hipotálamo-pituitaria-suprarrenal produciendo hormonas glucocorticoides, especialmente cortisol. También se generan catecolaminas tales como la adrenalina y noradrenalina.

Estas hormonas hacen que aumente la concentración de glucosa en la sangre facilitando un mayor nivel de energía, oxígeno, alerta, poder muscular y resistencia al dolor; todo esto en cuestión de minutos.

Esto ocurre cuando el sistema autónomo simpático se activa, ya que apaga todas las funciones del organismo para que la energía se concentre únicamente en la respuesta a dar.
Como diría Sapolsky, neurólogo de la Universidad de Standford “Si te persigue un león, eliges otro día para ovular, retrasas la pubertad, ni se te ocurre crecer, ya digerirás más tarde, pospones la fabricación de anticuerpos para la noche… eso, si todavía estás vivo”.

Por su parte el cortisol prepara al sistema inmune para manejar sus defensas y defenderlo de virus, bacterias, y otra serie de peligros.

Todo esto, como se puede ver, cumple una función vital para la supervivencia y para el logro del equilibrio homeostático, lo que ocurre es que cuando las situaciones de estrés se alargan, o se repiten de manera recurrente, el organismo acaba produciendo un exceso de sustancias químicas que acaban con esa homeostasis, y que pueden terminar en una fase de agotamiento físico que a su vez acaban dando lugar a síntomas clínicos que son típicos de estrés crónico.

¿Cómo nos influye el estrés crónico?

El estrés crónico tiene influencia directa sobre los procesos inflamatorios, que a su vez son los causantes de alergias respiratorias, en especial asma, artritis reumatoide, enfermedades cardiovasculares, depresión insomnio y fatiga crónica.

Es importante saber que la sensación de estrés comienza en el lóbulo frontal del cerebro, y es nuestro pensamiento (cognición) el que evalúa las situaciones de “estresantes”. De hecho, no todo el mundo reacciona igual ante las mismas situaciones, ya que las vivencias y experiencias anteriores, la personalidad, y el temperamento también tienen su participación en todo esto.

Los pensamientos, así como las conductas, son los productos de la mente, al igual que los jugos gástricos son los del estómago, es decir, no son entes invisibles que aparecen en nuestra cabeza como por arte de magia. Esas conexiones neuronales se pueden cambiar a raíz de un proceso de psicoterapia y de un entrenamiento profundo y concienzudo en relación. Hay muchos tratamientos psicológicos que nos pueden ayudar a ello.